domingo, 17 de noviembre de 2019

El Teorema de Kelvin

El Teorema de Kelvin: 31415926535897 cúbits. La cantidad de información que define a un ser humano, a cualquier ser humano.

Los primeros experimentos, con objetos inertes, habían seguido fielmente la ley que ligaba número de partículas y cantidad de información. Tipo, momento, ecuación de onda... ceros, unos y superposición. Todo continuó según lo previsto con células, moscas, ratones, chimpancés... ceros, unos y superposición. Lo más grande más información, lo más pequeño menos. Más tras comer, menos tras defecar. Trivial. Chris Kelvin, el físico que había dirigido el proyecto, fue el primer ser humano en ser leído. 31415926535897 cúbits, más de mil veces lo esperado. Pero eso no fue lo más sorprendente. Chris comió, defecó y se cortó el pelo. 31415926535897 cúbits. Leyó a Phoebe, su niña de seis años. 31415926535897 cúbits. El 3 y las trece primeras cifras decimales de p.

Los mismos que habían satanizado las investigaciones, temerosos de su simplificador materialismo -experimentos con primates habían llevado a ecuaciones con una excepcional capacidad descriptiva de la información almacenada en el cerebro previos estímulos emocionales y cognitivos-, estallaron de gozo ante el inexplicable resultado, tras el cual veían la mano de Dios. Para los cristianos, el exceso de información demostraba la existencia del alma, y el 3 inicial, que la Santísima Trinidad era el principio creador; como siempre, los budistas estuvieron más resultones: p, el área del perfecto círculo, sus infinitas cifras, simbolizaban el Nirvana al que el hombre, cargado con el Karma de sus existencias pasadas, eso era el exceso, aspiraba.

Desarrollar una máquina copiadora de materia, esparcidor como se maltradujo al español, fue cuestión de pocos años. Cierto que los informes amasijos de carne, monos, primero muertos, defectuosos después, dieron argumentos a los recién incorporados al entusiasmo científico, que a punto estuvieron de impedir que, por fin, Laykey terminase de pelar el plátano que Laykey pelaba cuando fue leído.

A Phoebe Kelvin le tembló la mano al pulsar el interruptor que crearía una copia de su padre a partir de su última lectura.

Chris escrutó el laboratorio con sus inquisidores ojos, reconoció a Phoebe, e inmediatamente comprendió lo que acababa de suceder:
- ¿Soy el primero?
- Sí.
- ¿Dónde estoy yo?
- Moriste hace años.

Chris bajó la mirada y se tomó unos momentos para ponerse en orden. Con voz y expresión desasosegada dijo:
- Phoebe, yo no soy tu padre.

(P.D.) Naturalmente el final, aparte de su ·significado", es un homenaje a esto:

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